Por José Rodríguez
Ilustración: Matías Roffé
Para muchas personas resulta alarmante enfrentarse a los cambios que se presentan en la sociedad, sean estos económicos, políticos, sociales, tecnológicos, artísticos, estéticos o costumbristas.
El filósofo y novelista italiano Alessandro Baricco decía recientemente en un reportaje que lo nuevo provoca pereza y miedo, lo cual, a su criterio, resultaba comprensible, ya que hoy se están abriendo nuevos cauces a nuestras inquietudes y formas de relacionarnos con otras personas.
Si observamos con atención el comportamiento de las personas de distintas edades, sexo y posición social que nos rodean en la calle, el trabajo, el club u organizaciones educativas, comprobaríamos que cada una de ellas tienen diferentes reacciones ante una misma circunstancia: están los que se angustian, los que se conforman, aquellos que se anticipan y los otros que repudian o celebran el acontecimiento. Ello nos da una idea de cuán difícil es, desde instituciones altruistas como lo son las mutuales, satisfacer las necesidades y peticiones de sus asociados.
Resulta conmovedor escuchar las palabras de los directivos de tales entidades cuando se lamentan de no tener eco suficiente en la masa social cuando se convoca a asamblea, cuando se realiza una encuesta o, por demás llamativo, cuando se establece un nuevo servicio que la comisión directiva pensaba que se contribuiría a satisfacer alguna necesidad que hasta entonces no estuvo atendida.
En estos casos cabe preguntarse cuáles son las causas del fracaso de iniciativas por lo menos interesantes. Por ejemplo: ¿se hace participar a los asociados en la vida de la entidad? ¿Se han establecido metodologías de relevamiento de información sobre sus actuales requerimientos? Cuándo un asociado se presenta a tomar un servicio, ¿se establece con él un diálogo para llegar a conocer su nivel de satisfacción con la mutual? ¿La comunicación con la totalidad del colectivo se realiza pegando impresos en las paredes de la entidad o se les envía información a través de las redes? ¿Se realizan concursos de fidelización? ¿Se organizan campañas de incorporación de más asociados?
Las respuestas a esos interrogantes y a muchos otros podrían ofrecer pistas sobre el interés actual de los asociados y actuar en consecuencia para que la mutual continúe vigorosa y no languidezca camino a su desaparición por falta de nuevos asociados, o por el retiro de los que ven que no encuentran en la entidad nada que pueda satisfacerles y justificar su asociación a ella.
Decir que antes la gente tenía mayor compromiso con las instituciones civiles y que eran desinteresadas es algo que no condice la realidad porque cuando se fundaba una mutual era porque había una necesidad concreta y común a un gran número de personas como, para dar un ejemplo, tener un seguro de salud. Pero desde que las obras sociales sindicales u oficiales y la medicina prepaga hicieron su aparición, ¿qué ventaja tiene estar asociado a una mutual de salud? Si la hay, ésta debe ser publicitada adecuadamente y con persistencia. Así se debería hacer con cada uno de los servicios.
Cuando algún directivo se queja de que quienes son invitados a asociarse lo primero que preguntan es ¿qué beneficios me da la mutual?, tendrían que preguntarse, por el contrario: ¿qué beneficios puedo darles a otras personas para que se interesen en asociarse a esta mutual?
Considero que es necesario cambiar ciertos paradigmas conceptuales que, de tanto repetirlos, los creemos verdaderos, cuando realmente son rémoras que desalientan a propios y extraños. Nada de lo que vivimos hoy en la sociedad es igual a lo que se vivía en el pasado y nunca todo tiempo pasado fue mejor. Es por eso que para tener entidades pujantes es necesario evitar caer en la vejez conceptual.