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Una tarea de hoy para que nos conozcan mañana

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Felipe Rodolfo Arella
Felipe Rodolfo Arella
Lic. en Cooperativismo y Mutualismo (UMSA). Magíster en Animación Sociocultural (Universidad de Sevilla). Ex-Presidente del CGCyM. Periodista, docente e investigador especializado en Economía Social y Solidaria, Género y Desarrollo Local.

Cuando estamos ocupados en resolver los problemas cotidianos, tanto a nivel personal, familiar o institucional, creemos que lo realizado no merece la pena dejar testimonio de ello para que nuestros descendientes u otras personas interesadas en conocer cómo vivíamos y lo que hacíamos conozcan algo de nuestra vida cotidiana.

Pero ello es un error, porque si no se conservan ciertos elementos de uso diario, informaciones y relatos, se corta el hilo de la historia que, sin darnos cuenta, estamos tejiendo.

Hace unos meses investigadores del Grupo de Estudios Históricos Económicos y Sociales de Concordia (GEHESC) al finalizar la presentación de sus ponencias sobre inmigración, señalaron lo difícil que es encontrar documentos fehacientes para realizar sus trabajos ya que no hay una cultura de la conservación de testimonios y, además, la falta de conocimientos o de preocupación de algunas autoridades de las bibliotecas, museos e instituciones de todo tipo, para clasificar y preservar el material bajo su custodia.

A ese problema hay que agregarle la conducta despreocupada de las familias que, al fallecer las personas mayores que guardaban su partida de nacimiento, el acta de casamiento, fotografías, cartas de parientes que quedaron en sus pueblos, se desprenden de todo ello por considerarlos irrelevantes para sí y para los demás. Recién los nietos valoran lo que tiraron sus padres cuando quieren tramitar la ciudadanía del país en que nacieron sus abuelos.

También puede transformarse en un problema para futuros investigadores que, por ejemplo, mutuales y cooperativas, no conserven sus libros de actas de asambleas, sus publicaciones periódicas, fotografías de sus actos trascendentes y de sus directivos. Copias de esos documentos deberían ser enviados a la biblioteca y museo de la ciudad para que los clasifiquen y puedan ser consultados por historiadores, escritores, periodistas y estudiantes para conocer las contribuciones realizadas por esas entidades en la localidad.

Conservar documentación no es acumular cosas en una caja. Es necesario tener conocimiento de la materia, como bibliotecarios, museólogos, profesores de historia, sociólogos, antropólogos u otros especialistas afines. Muchas organizaciones guardan la documentación y sus publicaciones pero no abren sus puertas fácilmente a los investigadores. Si la entidad desaparece, se pierde todo antecedente de la misma y con ello parte de la historia de la sociedad local y las contribuciones que realizaran en su momento.

Desarrollar la conciencia de la conservación inteligente de la historia familiar e institucional no sólo es una forma de contribuir al conocimiento de lo vivido, sino, también, que las familias y dirigentes fortalezcan los lazos con la comunidad en la cual se vivió y actuó.

Cómo entregar las donaciones a los museos

Las familias o instituciones que realizan donaciones a museos deben aportar información sobre cada objeto. Por ejemplo, las fotografías deberían tener los nombres de las personas retratadas y la fecha y lugar en que fueron tomadas. Los objetos de uso tienen que estar acompañados de una breve descripción sobre su fabricante, años en que fueron utilizados, etc. Los documentos originales en idioma extranjero deben estar acompañados de la correspondiente traducción al castellano.

Imagen: Biblioteca de Alejandría

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