Escuché ocasionalmente que una estudiante le decía a su amiga que estaba tratando en clase el tema de la solidaridad, el altruismo, expresados como sinónimos, y no como solidaridad y altruismo, dos conceptos muy parecidos, pero que tienen diferencias sustanciales.
En la economía social acostumbramos a completar el término con “y solidaria”, reforzando una corriente de vida de quienes transitamos el ámbito del no lucro; en cambio, rara vez empleamos la palabra “altruismo”, y tiene sus razones, precisamente por las diferencias.
Mientras la solidaridad se manifiesta como una adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otros, el altruismo es un término filosófico, establecido para referirse a la ayuda desinteresada. Reposa en el individuo que con voluntad y sacrificio lo convierte en un estilo de vida. La sutil diferencia es, principalmente, que la solidaridad se practica en términos colectivos, y el altruismo, por un individuo.
Algunos autores consideran que la solidaridad es innata, aunque admiten que es un valor que se aprende desde la infancia. Puede decirse, entonces, que la educación es un factor imprescindible para propiciar ese potencial en los niños y niñas, desarrollando el concepto de que la unión con otros genera vínculos en los que los beneficios se comparten, aunque en la relación parezca que unos actúan con total desinterés, y otros reciban un beneficio para su exclusivo goce.
Así, en la economía solidaria no hay altruismo sino participación colectiva con intencionalidad manifiesta, tal como la define José Luis Coraggio: “…es un proyecto de acción colectiva (incluyendo prácticas estratégicas de transformación y cotidianas de reproducción) dirigido a contrarrestar las tendencias socialmente negativas del sistema existente, con la perspectiva -actual o potencial- de construir un sistema económico alternativo que responda al principio ético ya enunciado [la reproducción y desarrollo de la vida]. (…) La solidaridad es, sin duda, un valor moral supremo, una disposición a reconocer a los otros y velar por ellos en interés propio. Pero también a cooperar, a sumar recursos y responsabilidades, a proyectar colectivamente”.
Convenimos, en consecuencia, que las entidades de la economía social y solidaria tienen una responsabilidad en la difusión permanente de los principios y valores del mutualismo y el cooperativismo, organizando instancias de participación para cada nivel, como charlas y eventos recreativos sobre estas temáticas.
Como tantas empresas comerciales, que destinan recursos a mantener la presencia de sus marcas, las entidades solidarias deberían tener un cartel simbólico encendido permanentemente, que diga: “Aquí se practica la solidaridad”.