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Reflexiones tras el nacimiento de una entidad

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Felipe Rodolfo Arella
Felipe Rodolfo Arella
Lic. en Cooperativismo y Mutualismo (UMSA). Magíster en Animación Sociocultural (Universidad de Sevilla). Ex-Presidente del CGCyM. Periodista, docente e investigador especializado en Economía Social y Solidaria, Género y Desarrollo Local.

Los asambleístas están exultantes: acaban de aprobar el estatuto de una nueva entidad, le dieron nombre, domicilio, proveyeron el patrimonio, eligieron las autoridades y los controladores de la gestión. Se abrazan y palmean. Recuerdan los momentos preparatorios, la búsqueda de personas interesadas en participar en su constitución para alcanzar los objetivos que finalmente se plasmaron en el documento fundacional.

También recordaban cuántas personas a las que les proponían ser parte del nuevo emprendimiento rechazaban de plano la idea exteriorizando sus dudas y falta de interés en ser parte de esa entidad que, en definitiva –según decían claramente algunos-, estaba destinada a satisfacer las demandas de un grupo de amigos y familiares.

El flamante presidente, en su discurso inaugural decía que siempre ocurre lo mismo: la mayoría de las personas no entienden el valor de la solidaridad, no se dan cuenta de lo importante que es ese principio del “uno para todos y todos para uno”, como proclamaban los tres mosqueteros más uno (D´Artagnan que se agregó después). Porque la solidaridad y la igualdad son los motores de la concordia, del preocuparse por lo que le pasa al otro y socorrerlo en su necesidad, como vamos a hacer nosotros, inspirados en los principios de la armonía social y del bien común. Y agregó enfáticamente: me duele el egoísmo y el individualismo de tanta gente, me duele tanta indiferencia.

La solidariadad y la igualdad son los motores de la concordia inspirada en los principios de la armonía social y el bien común.

Cuando dejé la reunión de la asamblea constitutiva, a la que había concurrido en carácter de cronista de Mundo Mutual, volví a casa pensando en cuán importante es la comunión de ideas, el trabajo conjunto, la solidaridad, el pensar en el otro… y me dispuse a escribir la crónica de la reunión.

Sin saber aún ahora qué tecla toqué, me apareció en la pantalla del ordenador un archivo olvidado. Se trataba de la desgrabación de una conferencia dictada por la destacada filósofa española Adela Cortina. Curioso, leí ese trabajo y encontré lo que podían ser las respuestas a las inquietudes de flamante presidente de la nueva organización.

La conferencia de Cortina estaba centrada en el problema de la moral y en una parte hace referencia, precisamente, de la condición que tienen los humanos de cooperar, de organizarse para la prestación mutua de servicios. Señalaba que los biólogos descubrieron que tenemos un gen egoísta y que por eso nos desviamos de la estructura moral y no podemos ocuparnos de los otros sino de nosotros mismos.

Pero también tenemos un gen altruista que, según William Hamilton, practicamos un altruismo genético: cuidamos a nuestros hijos, a nuestros padres, parientes y amigos cercanos, pero nos resulta difícil extender ese cuidado a los demás. Por eso el nepotismo sería inevitable y lo encontramos a lo largo de la historia de la humanidad en todo tipo de organizaciones, tanto privadas como gubernativas.

Según los estudios que vienen realizando los biólogos y genetistas, somos seres capaces de reciprocidad mutua. Estamos dispuestos a dar esperando siempre que el que recibe nos devuelva la atención él mismo o sus parientes o amigos en cualquier momento futuro y de alguna forma. Así aparece la ayuda mutua.

Michel Tomasello, en su libro “¿Por qué cooperamos?” explica que la cultura humana ha desarrollado una serie de instituciones sociales cooperativas que determina reglas de funcionamiento para que todos sus miembros cooperen solidariamente y que quienes no lo hacen son excluidos. Es lo que figura en todos los estatutos.

Una entidad se constituye cuando se agrupan personas portadoras de un gen altruista similar y quienes no se involucran es que tienen un gen egoísta discordante con los otros. Eso no quiere decir que no puedan organizarse cooperativamente si encuentran personas genéticamente afines. Cuando lo logran, ese grupo será altruista para ellos y egoísta para los demás grupos.

Si bien la solidaridad grupal, el altruismo, la ayuda mutua parecen derivar de la genética, el funcionamiento institucional, el estar junto a otras personas va construyendo la moral social diferenciada. Como contenido, explica Cortina, la moral tiene distintas manifestaciones a lo largo de la historia y de diferentes culturas. Aprendemos nuestra moral en la sociedad en que vivimos y los adultos tenemos responsabilidad moral porque los niños y los jóvenes aprenden el lenguaje moral de los adultos.

Así que aquellos que no se asociaron a la nueva entidad no lo hicieron porque, seguramente, sus genes no tenían las mismas necesidades que los genes de las personas que la fundaron o, cabe otra posibilidad, no creían que pudiesen recibir nada de la institución.

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