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Misceláneas de Alexandre Roig

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Economía Solidaria
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Economía Solidaria es un medio de prensa especializado en el sector cooperativo y mutual argentino que reúne las noticias más relevantes del campo asociativo, en favor de su fortalecimiento, integración y visibilidad. Propiedad del Colegio de Graduados en Cooperativismo y Mutualismo (CGCyM)

Resumen de sus testimonios en la Presentación de “La noche de las ideas 2021”, un evento global organizado por el Ministerio de Europa y Relaciones Exteriores de Francia que se realiza en Argentina desde 2017. La temática de este año fue “Estar cerca, estar juntos”. Dadas las condiciones de pandemia, este año se realizó mediante plataforma virtual. La exposición completa de Roig puede verse en:

https://www.youtube.com/watch?v=ayiac0Lwd3c

¿Qué significa “estar cerca” en tiempos en que estamos convocados a estar aislados, o distanciados?  Pareciera que una pregunta que no nos formulábamos tanto, o que no parecía ocupar la centralidad de nuestras vidas, hoy en día, sí lo ocupa. Y qué significa estar cerca. Y no es una respuesta tan simple, porque lo que hemos visto durante esta pandemia es que, justamente, la cercanía tiene toda la ambigüedad del abrazo, del afecto, y a su vez, la posibilidad del sofoco y del ahogo.

¿Por qué aparece con tanta violencia durante esa crisis? La pandemia revela una hipótesis, o bien, nos permite plantear una hipótesis. Básicamente, que vivimos en una sociedad en la cual estamos desubicados. Esa es una definición que usaba Lévi-Strauss para caracterizar la violencia: la violencia es una desubicación en un orden simbólico, no estamos en el lugar en el que pensamos que deberíamos estar, o que no estamos en el lugar en el aspiramos estar.

¿Por qué digo eso? Porque finalmente durante la pandemia vimos expresarse una serie de contradicciones; estamos en un capitalismo financiero, pero resulta que el trabajo es central, dejamos de trabajar y se cayeron todas las economías mundiales. Los trabajadores menos valorados, con salarios más bajos, resultaron ser nombrados como trabajadores esenciales. Es decir, se fueron mostrando desubicaciones. Trabajos que no eran considerados como tales, como el trabajo socio-comunitario, en los barrios, en los comedores, los merenderos, que eran totalmente singularizados, resultaron ser fundamentales para la supervivencia de gran parte de la población.

Eso, efectivamente, produce una violencia, la violencia de la desubicación. Y produce, de alguna manera, una forma de asfixia, que es, justamente, la expresión violenta de esa desubicación.

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Frente a eso, en un segundo momento, como decía anteriormente, hemos visto, por lo contrario, una serie de acciones que nos han permitido comer y sanar. Y sobre la base de, todo lo contrario a lo que planteaba el sistema dominante, es decir, solidaridad, generosidad comunitaria, lazos de cercanía. Nuevamente, fue el caso de los comedores y merenderos, donde, contrariamente a todas las previsiones catastróficas, sobre los efectos de la pandemia en los barrios populares de Argentina, vimos que fue uno de los lugares donde, finalmente, hubo muy pocas muertes en relación a lo que se esperaba, y eso, gracias a un trabajo totalmente invisibilizado, en general de mujeres, en los comedores y merenderos, que llevaron adelante un proceso de salud comunitario, sin que haya sido nombrado como tal, y que ha sido recientemente reconocido por el Gobierno, en parte, a través de un bono.

Pero, ¿por qué es importante eso? Porque finalmente, más allá de las discusiones sobre el modo de gestión de una pandemia, lo que hemos visto es la aparición de una serie de frases, de eslóganes, como “nadie se salva solo”, como la idea de que el lazo comunitario y de cercanía es lo que, justamente, nos ha permitido vivir y sanar.

¿Qué vamos a hacer con eso? Esa es la gran pregunta. ¿Qué vamos a hacer con esa evidencia? ¿Qué vamos a hacer con esa experiencia? ¿Lo vamos a descartar, como una especie de paréntesis, paradojal, donde hemos visto que lo necesario, lo fundamental, es, justamente, lo que no valorizamos? ¿O vamos a estar dispuestos a transformar la jerarquía de las funciones, de los trabajos, de las remuneraciones, donde vamos a disputar, entonces, una forma de organización social, totalmente distinta? ¿Vamos a cambiar, como decía Marcel Mauss, la atmósfera en la cual estamos? Porque, finalmente, una vida social es una atmósfera, para seguir con la imagen de la respiración. Y atmósfera es lo que nos rodea, pero también es lo que nos penetra, es lo que entra en nosotros. Ahí, donde respiramos, es lo que nos permite crecer, vivir; ¿qué atmósfera social es la que queremos después de la pandemia?

Esa pregunta se responderá, obviamente, no en foros intelectuales sino por la propia práctica social. En lo personal, no desbordo de optimismo sobre los efectos de transformación radical, pero, me parece que por lo menos, en los espacios de pensamiento deberíamos dejar planteado una serie de elementos de reflexión. Por lo menos cuatro, en cuatro planos: primer plano, en lo político. Una de las cosas que hemos podido observar es la necesidad de la calle, la necesidad de la protesta. Lo importante que es para la democracia representativa, la presentación, la presencia. Eso es importante porque nos revela, en la política, que la representación nunca puede abarcar el todo de la sociedad. ¿Qué significa? Que las sociedades nuestras son tan heterogéneas, que las representaciones simplificantes de las democracias liberales, no permiten expresar lo que ocurre en lo social. Por eso la calle es tan fundamental, y sin embargo es denostada, la protesta, la manifestación, son denostadas por el pensamiento liberal, como si fueran antirrepublicanos. Lo que vemos en la pandemia es, por el contrario, que la presentación y la calle son la condición sine que non de existencia de la república y la democracia representativa. Es una primera enseñanza.

En lo económico, vemos que lo que está en juego en la vida social, en general, es la valorización: del trabajo, de las personas, de sus acciones, de su quehacer. Nos hemos dejado llevar por una valorización económica y moral que pone en la cima de la jerarquía social funciones que, claramente, no nos han salvado, no nos han acompañado. Lo cual implica repensar nuestro sistema económico, reordenándolo hacia sistemas de valor que sean productivos. ¿En qué sentido?, de la producción de lo social, de la producción de lo común. De la producción de la cercanía; como decía un gran pensador que falleció en 2020, Georges Stiegler -que se suicidó, desgraciadamente, durante la pandemia- decía, este mundo lo que produce no es una mundialización, sino que es una in-mundialización. Que lo propio, en el mundo, es una referencia, una cercanía, una identificación, un anclaje. Este mundo, que estamos produciendo, es in-mundo, en el sentido de que no tiene cercanía, no tiene anclaje, no permite identificaciones. Lo que hemos visto durante la pandemia es la reproducción de mundos: los merenderos, los comedores en los barrios populares han sido mundos para poder existir y vivir, las casas se han vuelto a convertir en mundos, para existir y vivir. Entonces, es muy importante pensar la reorganización de la economía en torno a esos mundos, y eso implica pensar en una re-territorialización de la producción y del trabajo, y eso implica una ampliación del concepto del trabajo y la producción, que incluye, entre otras cosas, el cuidado, la producción de lo social, la producción de la comunidad, la protección del medio ambiente. Y eso es una ruptura radical en términos conceptuales.

En términos simbólicos, vimos lo poco que hace sentido el sistema en el que estamos. Y eso es fundamental, porque todavía -me atrevo a anticipar, como muchos especialistas que saben sobre ese tema-, que vamos a tener, seguramente, efectos psíquicos y sociales profundos sobre la base de una experiencia larga de alejamiento de los afectos, e incertidumbre, de la dificultad de estar cerca. Eso se agudiza por el hecho de preguntarnos hacia dónde vamos, y está claro que en esta suspensión forzada que significó la pandemia, la pregunta sobre el sentido de la vida social aparece con muchísima potencia. Si nosotros no nos hacemos cargo de esa pregunta, y que, si no estamos en condiciones de producir sentidos que hagan sentidos, en particular hacia los más jóvenes, claramente, no podremos crear un mundo respirable.

Y, por último, es fundamental que pensemos el mundo de la afectividad. Cuando uno lo plantea suena como una especie de reivindicación un poco ingenua de un mundo atravesado por el amor y las buenas intenciones. Y ojalá así fuera. Pero la afectividad es básicamente el hecho de dejarse afectar por el mundo. Y si hay algo que nos ha ocurrido, es que todos hemos sido afectados en el mundo entero. Y que esa afectación tiene que ser, entonces, como un modo de ordenar ese mundo que tenemos que construir, que es un mundo de cercanía. Y hay, decía Spinoza, dos tipos de afectos: los afectos tristes, y los afectos alegres. Los afectos tristes son los que reducen nuestra potencia, los afectos alegres son los que aumentan nuestra potencia. Si queremos volver a estar juntos y cerca, que sea para respirar una atmósfera que produzca alegría y no un aire que produce sofoco. Ojalá, algo aprendamos.

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