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La normalidad en cuestión

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Jorge Pedro Núñez
Jorge Pedro Núñez
Licenciado en Cooperativismo y Mutualismo (UNSE). Presidente del CGCyM (2018-2020). Conferencista, docente, investigador especialista en formulación de proyectos.

Con el calendario a la mano, diríamos que estamos en plenas vacaciones, y que por lo tanto disfrutamos de playas, sierras, o sencillamente de un descanso hogareño. Pero como Argentina no es un país previsible -basta con ver noticias nuestras en otros países- hemos trocado tranquilidad por inquietud, relajamiento por tensión, certeza por incertidumbre, paralización por acción…, y muchos más contrastes, en su mayoría perturbadores.

La previsibilidad es un factor indispensable para proyectar acciones en el futuro inmediato y mediato. Lejos, como en otra galaxia, queda el largo plazo. Imposible imaginarlo. Ya el día a día nos depara sorpresas permanentes, y llegamos a considerar que hasta lo que no nos parecía bueno, en tanto se mantenía dentro de un rango de previsibilidad, era mejor de lo que se nos presenta como el paraíso después del sufrimiento. Las alusiones cuasi bíblicas nunca fueron felices, menos aún cuando dependemos, según parece, de las fuerzas del cielo.

La credibilidad es otro factor indispensable para planificar nuestras vidas, tanto a nivel personal como institucional. Las fake news existen desde tiempos inmemoriales, aunque los avances tecnológicos las han perfeccionado al punto de instalar realidades diseñadas al gusto del poder concentrado, que domina tanto la economía como la política.

El problema es que cuando quien profiere mensajes que de tan burdos se eximen de prueba en contrario, es el presidente de la Nación Argentina, el desconcierto pasa a ser lo habitual y plantea una normalidad diferente, con todos los efectos que puedan producirse en la vida cotidiana.

La normalidad es un concepto que se aplica en distintos órdenes de la vida, por lo que varía según los criterios de lo estadístico (qué es lo más probable), lo biológico (procesos y leyes biológicas naturales), lo social (lo que la sociedad acepta como normal), y lo subjetivo (altamente sesgado, debido a que tendemos a valorar como normales todas nuestras conductas).

Se dice que lo único permanente es el cambio, que puede ser positivo en algunos casos, y negativo en otros, y no necesariamente producir impactos similares en el conjunto de la población. Lo que debe preocuparnos es lo que publicó el pasado 15 de enero el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (Oxfam), con respecto a que la riqueza de los cinco billonarios más ricos del mundo se duplicó desde el 2020, mientras que el 60 por ciento de la población mundial se fue volviendo más pobre. La conclusión es clara: la desigualdad comienza a convertirse en la nueva normalidad.

Cuando alguien habla de un país “normal” es imprescindible identificar al emisor, ya que si responde fundamentalmente al cuarto criterio, es evidente que sus intereses difieren en alto grado de los del conjunto de la sociedad.

Normal, para nosotros, que enarbolamos los principios del mutualismo y el cooperativismo, es un país en el que se pueda vivir dignamente, en el que la mayoría no esté sometida a los abusos de los sectores concentrados, que dominan todos los estamentos de poder, sumiendo en una angustia infinita a la generación presente y, probablemente, a las generaciones que nos seguirán.

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