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La comunicación y el valor de lo humano

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Felipe Rodolfo Arella
Felipe Rodolfo Arella
Lic. en Cooperativismo y Mutualismo (UMSA). Magíster en Animación Sociocultural (Universidad de Sevilla). Ex-Presidente del CGCyM. Periodista, docente e investigador especializado en Economía Social y Solidaria, Género y Desarrollo Local.

El escritor portugués José Saramago decía en un diálogo periodístico que “todos terminamos siendo un número, sin tener nombre. El ser humano termina sin tener importancia, cada vez más influimos menos y perdemos nuestro nombre a favor de la tarjeta de crédito. Pero no nos damos cuenta que la pérdida del nombre es la pérdida de la identidad y de no poder reconocerse en el otro”. [1]

El hombre, en su afán de comunicarse, dominó el aire, la piedra, la madera, los metales, el cuero, el papel, la electricidad y el silicio. Usó la palabra y el gesto; la escritura y el dibujo; el celuloide, la cinta magnética y la electrónica. Un gran esfuerzo, en verdad, para tratar de enviar mensajes, de decir sus verdades y de expresar sus sentimientos.

El hombre actual tiene la angustia de la incomunicación… Una verdadera paradoja de nuestro tiempo

Hoy nos encontramos rodeados de una gran variedad de soportes comunicacionales y de mensajes guardados en esos soportes, pero el hombre actual tiene la angustia de la incomunicación. Una verdadera paradoja.

Analizando exclusivamente el fenómeno de incomunicación dentro de una empresa cooperativa o mutual, podemos llegar a comprender la falta de sentimiento de pertenencia de los asociados con su propia organización, a la que se integró con el objetivo de obtener algún servicio que le era imprescindible. No sentirse partícipe, miembro con plenos derechos para opinar, actuar en la entidad y crecer junto a ella, tiene como resultado inevitable el distanciamiento del asociado y la falta de operatoria con su organización. Este fenómeno se presenta también, aunque parezca increíble, en las cooperativas de trabajo a través de la baja productividad y de los conflictos constantes dentro del grupo, los que muchas veces se procuran solucionar con cambios de roles, con lo cual se pierde eficiencia en la gestión empresarial.

La incomunicación en las organizaciones genera, entre otros problemas, un descenso en la participación de los asociados y una pérdida de eficiencia en la gestión empresarial

Los consejeros y funcionarios, lo mismo que los síndicos (que son quienes deberían ejercer su función de nexo entre los asociados y la conducción), creen que se están comunicando con los asociados por el mero hecho de hacer circulares, boletines, periódicos o algún programa de radio o televisión. Son muchos los medios que se utilizan sin resultados verificables.

El proceso comunicacional debe realizarse luego de una evaluación de la situación por la que está pasando la comunicación dentro de la entidad y de haberse fijado algunos objetivos a lograr, tanto entre los asociados como así también entre el personal de la organización. Sin análisis previo ni objetivos, los mensajes que se elaboren carecerán de sentido y no serán captados por sus potenciales destinatarios.

Interrogantes

¿La utilización de los medios masivos de comunicación contribuyen a eliminar la incomunicación? ¿Había mayor comunicación cuando las vinculaciones personales eran “cara a cara” y más frecuentes?

Creo que por el hecho de utilizar los medios masivos no se mejorará la comunicación y que es necesario, antes de recurrir a ellos, definir lo mejor posible los objetivos que se esperan obtener, la política de comunicación sobre la base del público destinatario, su dispersión geográfica, como también la oportunidad en que se deben dar los mensajes.

Para que exista una buena comunicación es fundamental que la organización posea claridad y compromiso sobre su visión, misión y objetivos institucionales

¿Afirmación apocalíptica o descripción de nuestra vida actual? Cualquiera que fuera la intención del portugués, nos encontramos frente a un mensaje que no es posible dejar pasar con indiferencia, máxime si nos interesan los temas del hombre y de la sociedad. Por esta misma razón es que rescatamos ese pensamiento para interrogarnos qué es lo que está pasando dentro de las cooperativas y mutuales respecto a la identidad de sus asociados y la intercomunicación entre ellos que debería ser la base de la administración democrática que sustentan esas organizaciones.

Uno de los problemas que he detectado desde hace tiempo y que se encuentra enraizado en las organizaciones sociales es el de la incomunicación entre consejeros y funcionarios con los asociados y de éstos entre sí. Pareciera que comunicarse es algo difícil de alcanzar y que ninguna de las partes involucradas sabe realmente por qué sucede la incomunicación. Lo frecuente es poner el problema en la indiferencia del otro y, de esa manera, nos quedamos liberados de toda responsabilidad.

La identidad de los asociados y la intercomunicación entre ellos debe ser la base de la administración democrática que sustenta nuestras organizaciones

Conviene recordar que la comunicación se produce cuando, por lo menos entre dos personas o grupos, uno emite un mensaje y el otro lo recibe y acusa recibo de su recepción, ya sea en un diálogo, un aviso posterior o en cambios evidentes de actitudes. Si el emisor de un mensaje no percibe alguna de esas señales del destinatario, no podrá saber si se cumplió con el objetivo de comunicación. Aún la crítica, la protesta o los signos de acatamiento de los destinatarios o de otros receptores ocasionales no deseados, sirven para saber si el mensaje fue dado eficazmente y si alguien lo recibió.

Angustia

El hombre, cuando comenzó a dominar los elementos de la naturaleza, los utilizó para distintos fines: mejores condiciones de vida, el ocio, la consolidación de las familias, la formación de las naciones, la guerra, el ordenamiento de las costumbres, del poder y los derechos. Para todo ello necesito echar mano a la comunicación: el bando, la ley, el teatro, la poesía, los cuentos, los periódicos.

La comunicación puede estar destinada a divulgar hechos políticos, culturales, sociales, económicos, científicos -que generalmente tienen un carácter pasivo- o a descubrir, que es lo mismo que decir la verdad, y a favorecer la práctica de la libertad, estrechamente vinculada a la democracia –que por sus resultados movilizadores podemos considerarla comunicación activa–.

Porque, como bien lo señala Cirigliano, “los medios de comunicación pueden efectivamente reducir la libertad por tanto incomunicar. Pero pueden, efectivamente, incrementar la libertad. No debe olvidarse que siempre tienen carácter de instrumentos. Por lo tanto sirven a fines. Y los fines los ponen los hombres. (Cuando no los logran poner son esclavos, en suma, incomunicados). De aquí que el problema es: ¿cómo los uso?, ¿qué hago con ellos?” [2]

La voluntad de comunicar los actos institucionales debería estar siempre presente en la gestión de las organizaciones para hacer real el concepto de que son asociaciones de personas en las que lo primero es el asociado en cuanto persona solidaria y no en cuanto a su patrimonio o comprador de los servicios.

La comunicación también debe concretarse como fenómeno educativo, para la edificación integral de asociados y empleados

La comunicación excede el marco informativo sobre la gestión económica para relacionarse con el proceso educativo que debería estar siempre presente en la preocupación de dirigentes y funcionarios. Una educación concebida para que los socios y empleados crezcan espiritualmente y adquieran habilidades científicas y tecnológicas que les permitan ser más eficientes en sus trabajos para atender las necesidades de los asociados.

El desconocimiento de las causas que provocaban los fenómenos naturales, sobre el origen de su propio ser y acerca de por qué había que morir y qué había después de la muerte provocaba angustia a nuestros primitivos antepasados. En la actualidad, el hombre ha encontrado respuestas para explicar todos los problemas de la naturaleza, de los secretos de la vida y de la muerte y está en condiciones de crear vida en los laboratorios clonando plantas, animales y personas. Todo ese poder de comprensión y de acción alcanzado a través de complejos procesos masivos de comunicación no le ha quitado la angustia de sentirse solo aunque esté rodeado de muchas otras personas que, como él, disponen de celulares en permanente conexión, porque quizás no se ha podido comunicar consigo mismo.


[1] Diario “La Prensa”, suplemento Cultura, edición 13/9/98, pág. 3, nota de Walter Duche: “El escritor no tiene ningún poder”.

[2] Cirigliano, Gustavo F. J.: Curso de relaciones públicas, Publicación de la Guía Relaciones Públicas, Buenos Aires, 1966, pág. 167.


Ilustración: Matías Roffé

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