El debate sobre la importancia del Estado y su reemplazo parcial (porque es una fantasía que el Estado pueda desaparecer) es de larga data y cobra una importancia significativa en la realidad de la Argentina de hoy.
Milei se definió como “anarcocapitalista” en la campaña política, lo que presuponía una verdadera revolución en ámbitos sensibles: el cierre del Banco Central, el respeto (o imposición) de las transacciones entre privados sin participación estatal, el relajamiento de controles en la fijación de precios, la reducción de impuestos, etc.
A pocos días de asumir la imagen que proyecta es la de un neoliberal de raza, discípulo de Milton Friedman (más que de Friedrich Hayek, de quien dice abrevar), que hizo de la teoría del shock una experiencia aplicada en el Chile de Pinochet, muy bien descrita por Naomi Klein en La Doctrina del Shock[i]. Esta metamorfosis fulmínea revela lo que cualquier analista avezado y bien intencionado ya sabía: el candidato a presidente configuró un personaje que se diferenciaba de los dos gobiernos anteriores, y que por lo tanto representaba una opción novedosa, superadora, cautivante.
Una vez en la cancha, las reglas de juego se ordenaron tras políticas neoliberales tradicionales, al punto de que parte de su gobierno fue cooptado por una figura de gran influencia en la política argentina: Mauricio Macri, que no solamente impuso nombres (Caputo, Bullrich), sino que le marcó el plan de gobierno a Milei. Algunos malestares al interior de su fuerza política no tuvieron mayor trascendencia, pero fueron suficientes como para confirmar ese estado de cosas.
El ensalzamiento del mercado por sobre el Estado merece consideraciones algo más específicas, dado que define dos modelos diametralmente opuestos, y que ha sido tema de análisis de reconocidas figuras de la economía mundial. Uno de ellos es John Kenneth Galbraith[ii], quien escribió:
“En ningún país el mercado proporciona a la gente de pocos recursos vivienda adecuada, ni servicios médicos asistenciales, ni buenos servicios de transporte público urbano, ni educación de la necesaria universalidad y calidad. El mercado también ocasiona injusticias intolerables, que erosionan la tranquilidad social. En la economía de mercado del siglo pasado los viejos se descartaban sin darles ingreso alguno, igual que los trabajadores cuando ya no eran necesarios. Los chicos y sus madres eran inhumanamente explotados. Eliminar estas opresiones fue un gran avance de la civilización. Sin jubilaciones, seguro de desempleo, ayuda a los carecientes, vivienda y servicios públicos asistenciales, el capitalismo no hubiera sobrevivido. No sólo los liberales, sino especialmente los conservadores deberían cada mañana rendir homenaje a los creadores de la seguridad social”.
La transferencia del Estado a la esfera privada de una amplia gama de servicios supone que el mercado asigna mejor, que crea una oferta mejor que la estatal. Una suerte de Ley de Say[iii] al revés: “La demanda crea su propia oferta”. Ello merece dos comentarios[iv]:
“1°) Solo compran quienes tienen dinero. El mercado crea una oferta adecuada a los pudientes, no a los indigentes. Estos, en la medida en que carecen de medios para comprar (como resultado de una política de salarios reales deprimidos) quedan segregados. El mercado no da al que no tiene. Si las posibilidades iniciales son muy desiguales, aunque todos tengan permiso para entrar (justicia de oportunidades), pocos han de lograrlo (injusticia de resultados).
2°) Para quienes quedan en el mercado, si no hay regulaciones efectivas, el poder comprar puede determinar ofertas no deseables. ¿Qué padres pudientes, con un hijo gravemente enfermo del corazón o los riñones, no pagarían lo que les pidan por el trasplante de un corazón o un riñón? ¿Qué demanda de órganos humanos, o de estupefacientes no termina generando una oferta privada de esos bienes? Hoy por hoy, la demanda de prostitutas es el empleo femenino más demandado. En virtud de la misma falta de control, ¿qué demanda de un bien no termina por generar ofertas adulteradas?, v.gr. leche por leche tóxica, revitalizante por propóleos letal.
La conjunción privatización-desregulación-congelamiento de salarios-libre mercado origina un sistema cuyo paradigma es el régimen de apartheid, con segregación no por una condición racial sino económica: los excluidos no pueden poseer tierras o residir en las ciudades, no por serles prohibido como a los bantúes, sino por no poder pagar”.
* Los conceptos vertidos en esta nota son de exclusiva y total responsabilidad del autor, lo cual excluye de toda responsabilidad a las personas vinculadas a Mundo Mutual y Economía Solidaria, y del Colegio de Graduados en Cooperativismo y Mutualismo.
Foto: John Kenneth Galbraith.
[i] Naomi Klein, “La doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre”. Paidós, Barcelona, 2007.
[ii] Economista estadunidense, nacido en Canadá en Iona Station, 1908, y fallecido en Cambridge en 2006. Asesor de presidentes, con influencias de John Maynard Keynes y Thorstein Veblen. En su libro La sociedad opulenta se ocupó de los efectos del capitalismo a ultranza, de las diferencias sociales que produce y de la brecha que se abre entre las capas sociales, manteniendo posiciones defensoras del estado de bienestar.
[iii] La ley de Say se atribuye a Jean-Baptiste Say, economista y empresario francés (1767-1832). El concepto es que la demanda está determinada por la producción, y que solo produciendo se puede generar demanda: cuantos más bienes -para los que hay demanda- se produzcan, más bienes existirán (oferta) que constituirán a su vez demanda para otros bienes.
[iv] Texto de Manuel Fernández López (1941-2013), setiembre de 1992.
