En la edición de junio presentamos este espacio, con el propósito de que nuestros lectores nos expresen sus opiniones, comentarios, consultas, en fin, todo aquello que les interese compartir a través de nuestras páginas.
Creemos firmemente que es un acto democrático, y alentamos a practicarlo; somos permeables incluso a las críticas que pudieran hacernos, que tomaríamos con un sentido positivo, para mejorar nuestra propuesta. En efecto, por encuentros personales hemos recibido comentarios que nos permitieron reflexionar al interior de nuestra organización.
En los últimos tiempos el concepto de democracia se ha degradado sensiblemente, a nivel del ejercicio de los derechos ciudadanos. No pareciera que las organizaciones sin fines de lucro puedan infectarse con demostraciones despectivas hacia la participación de sus miembros, pero cuando los ejemplos más deplorables provienen de altos niveles de conducción, las personas de bien tienen que velar por la preservación de lo que para el psicoanalista francés Jacques Lacan es la única virtud: el pudor.
Lo contrario, la impudicia, cuando penetra en los tejidos sociales y se instaura como la verdad única, entre los seres humanos se desnaturaliza la relación basada en la discusión creativa, se corrompen los lazos de solidaridad, se deifica la figura del individuo en su condición primitiva: el egoísmo, cuestión que se cristalizó en propuestas teóricas como las de Ayn Rand[1] (ícono del individualismo) y William MacAskill[2] (largoplacista radical, desprecio por las personas en aras de la preservación de la especie). Como vemos, las cosas no surgen de la nada.
La práctica de la democracia, en todos los ámbitos, es uno de los mejores antídotos para evitar los desvíos del autoritarismo, que conducen a la disolución de los órganos sociales, sin importar el corto, mediano o largo plazo: el proceso es inexorable. Nótese que los principios del mutualismo, cooperativismo, asociaciones civiles, etc., están en las antípodas de la doctrina del individualismo y el egoísmo.
Entonces, instamos a nuestros lectores a que se expresen libremente, y así, hagamos democracia.
[1] Su obra más importante fue La rebelión de Atlas (1957), considerado como el libro más leído en Estados Unidos, después de La Biblia. Entre otros títulos de su producción, hay uno muy sugerente: La virtud del egoísmo (1964).
[2] El libro más representativo de MacAskill es Hacer mejor el bien: altruismo eficaz y una nueva forma radical de marcar la diferencia (no se conoce edición en español; sí de Lo que le debemos al futuro, Editorial Deusto).