Por José Rodríguez – Ilustración: Matías Roffé
Las mutuales argentinas se fueron organizando en los grupos de personas que tenían contactos estrechos entre sí, como inmigrantes de una misma región de procedencia (Galicia, Piamonte), o de un mismo lugar de trabajo (ferrocarriles, bancos, ministerios) y también por aquellos que tenían una misma afición (música, baile, teatro) o que vivían en un mismo barrio de las grandes ciudades o pueblos del interior. En todos los casos, previo a la constitución de esas entidades, había una cohesión social suficientemente fuerte como para consolidar la organización de una entidad que tiene como particularidad la adhesión libre y voluntaria, es decir, poder entrar y salir de ella sin mayores dificultades.
La aparición del estado como protagonista en las prestaciones asistenciales, la movilidad laboral, la migración interna y la participación de empresas de capital que ofrecen servicios de salud, concurrieron para que las mutuales perdieran gran parte de la fuerte influencia que ejercían en la sociedad como refugio seguro y como solución de determinados problemas futuros y necesidades inminentes.
En la actualidad, las mutuales más sólidas son las que tienen como asociados a grupos estables de trabajadores de instituciones públicas o grandes empresas privadas con numeroso personal, ya que la renovación de sus respectivos plantillas laborales se mantiene y acrecientan a través del tiempo. Al lado de éstas, se encuentran otras que, como las mutuales de salud, turismo y seguros, se fortalecen por estar abiertas a toda la población y por la calidad de su gestión empresarial.
Un nuevo fenómeno socioeconómico se está produciendo en todo el mundo y es el del trabajador precario, aquel que no pertenece a ninguna empresa y que tiene una gran presencia en nuestro país. Ellos son los llamados monotributistas, autónomos o cuentapropistas, modalidad laboral con poca o nula cohesión social entre ellos.
Tal situación constituye un verdadero desafío para los directivos mutualistas a la hora de retener a sus asociados. En consecuencia, no es ya suficiente atributo ser persona decente y comprometida con la entidad, sino que se le tendrá que pedir que posea conocimientos específicos en cada área de la gestión y servicios a los asociados. Lo mismo vale para los integrantes del órgano de fiscalización debido a lo complejo que resulta hoy cumplir con todas las exigencias contables, impositivas, previsionales y de lavado de dinero. Es la forma de ser transparente para propios y extraños, lo que no resulta poca cosa.
Las mutuales también tienen que contar con directores y gerentes talentosos e innovadores, y ello lleva a pensar de qué manera se los retiene en la organización. Eso puede producir una gran conmoción entre los directivos que se aferran a las prácticas rutinarias que dieron buenos resultados en tiempos pasados y que aún siguen dando algún rédito, pero siempre hay que estar muy atento a lo que puede venir de la mano de cambios que ocurran fuera del propio ámbito. Por eso es interesante recurrir a consultores especializados que expliquen cómo está desenvolviéndose el área de servicios específicos entre los competidores y cuáles podrían ser los caminos a seguir.
No vendría mal hacer un análisis FODA una vez al año para determinar dónde se está parado, cuáles son las fortalezas de la entidad, qué oportunidades puede aprovechar y cuáles son sus debilidades y los peligros que se deberán afrontar, entre ellos las regulaciones que impone el Estado a todo tipo de prestación.