Le debemos a Ferdinand de Saussure en su magistral “Curso de Lingüística General” (1916) la determinación del estudio de la lingüística como ciencia, estableciendo conceptos claves como lenguaje, lengua y habla, significado y significante, idioma, entre otros.
Aquí no se trata de profundizar los estudios de Saussure, pero sí de destacar aspectos que en general pasan desapercibidos en lo cotidiano, como el significado de una palabra y su significante.
“Solidaridad”, por ejemplo, se define como “el apoyo o la adhesión circunstancial a una causa o al interés de otros”; el concepto, idea o referente mental que queremos trasmitir mediante el lenguaje es el significado, mientras que el significante es la huella mental del sonido con el que ese referente tiene que asociarse. El significado es el contenido y el significante es la forma.
En tanto fenómeno social, con reglas suficientes y necesarias para que la gente pueda entenderse, en un proceso que se da por consenso, se producen dos instancias temporales en relación a significado y significante: mutable o variable solo con el paso del tiempo, e inmutable o invariable en un momento dado del tiempo. En el primer caso, la evolución de la lengua hace que emerjan nuevas cosas a las que se les da un nombre, y otras que se modificaron con el tiempo, aunque el significado sigue siendo el mismo. Y en el segundo caso, los cambios no se producen repentinamente, porque es necesario el consenso generalizado para que se incorpore el cambio.
La lengua es un sistema, una estructura, social e institucional, sonidos articulados mediante los cuales las personas se comunican, mientras que el habla es la realización, la actividad individual, y mediante lo cual la lengua se actualiza.
El significado de la palabra solidaridad es ampliamente conocido, especialmente en los ámbitos de la economía social, mutuales y cooperativas, sin discusión; pero, ¿qué pasa con la puesta en acto en términos de significante? ¿Tienen correlato el significado y el significante de esta palabra? Éste es el punto: ¿no será que la mayoría de las organizaciones de la economía social, sobre todo aquellas que sienten que disfrutan de una zona de confort, han vaciado de contenido a ese significante?
La práctica de la solidaridad -explícita en el séptimo principio cooperativo, e implícita en el dogma mutualista- tiene que traducirse en una práctica concreta que fomente la asociatividad por encima del individualismo, porque una sociedad compuesta por la suma de individuos nunca será la alternativa a una sociedad armónica y más justa.
