La relación entre vivir en sociedad y la salud es compleja y multifacética. Poder entenderla implica considerar factores psicológicos, comportamentales, estructurales y socioeconómicos. Numerosas y diversas investigaciones evidencian que tener fuertes lazos sociales se relaciona con una mejor calidad y más prolongada vida. En cambio, la soledad y el aislamiento social se relacionan con problemas de salud, depresión y mayor riesgo de muerte temprana. La interconexión entre vivir en sociedad y la salud puede analizarse desde varios aspectos. Si nuestra visión es desde el aspecto social, resulta clave incluir a las redes de apoyo que incluyen amigos, familiares, compañeros de trabajo y miembros de la comunidad. Diferentes estudios han demostrado que tener relaciones cercanas y de apoyo puede aumentar la longevidad, mejorar la respuesta inmunitaria y reducir los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Un ejemplo claro es el impacto positivo que puede tener un grupo de apoyo para pacientes con cáncer, donde los miembros comparten experiencias y consejos, ayudándose mutuamente a sobrellevar la enfermedad. Por otro lado, sentirse parte de un grupo o comunidad proporciona un sentido de pertenencia que es fundamental para la salud mental. Las personas que participan en clubes, organizaciones religiosas o actividades comunitarias, a menudo informan niveles más altos de bienestar y satisfacción con la vida. Además, la interacción regular con otros seres humanos es esencial para la salud mental. Las personas que están socialmente aisladas tienen un riesgo significativamente mayor de depresión, ansiedad y otras enfermedades mentales. La soledad crónica puede ser tan dañina para la salud como fumar 15 cigarrillos al día, según algunos estudios. Por otro lado, participar en actividades comunitarias como voluntariado o grupos de interés común puede mejorar el bienestar emocional. En estos casos, el entorno proporciona una oportunidad para desarrollar habilidades, sentirse útil y establecer conexiones sociales significativas. Este sentido de pertenencia puede actuar como un amortiguador contra el estrés y la adversidad.
En relación con el comportamiento social, la influencia de amigos y familiares puede ser poderosa. En general, las personas tienden a adoptar hábitos similares a los de su círculo social. Los comportamientos de salud, como dieta, ejercicio y consumo de sustancias pueden ser influenciados por amigos y familiares. Por ejemplo, si un grupo de amigos se reúne regularmente para hacer ejercicio es más probable que cada miembro mantenga ese hábito. De manera similar, los adolescentes que tienen amigos fumadores, seguramente iniciaran su adicción al tabaquismo, mientras que, si los compañeros no fuman, tienen muy baja chance de iniciar el consumo. Este aspecto nos muestra la importancia social del entorno, que puede convertirse en seguro y saludable. Comunidades con bajos niveles de criminalidad, parques, áreas recreativas y acceso a alimentos frescos tienden a promover estilos de vida más saludables. Por ejemplo, los barrios que cuentan con carriles para bicicletas y parques fomentan la actividad física, lo cual es crucial para prevenir enfermedades como la obesidad y la diabetes. Respecto a salud y sociedad, también debe tenerse en cuenta los factores socioeconómicos que juegan un rol fundamental en este binomio. Las personas en situaciones de pobreza o marginación tienen menor acceso a recursos de salud, lo que puede llevar a peores resultados en su afección. Por ejemplo, la falta de acceso a una alimentación adecuada puede contribuir a problemas nutricionales y al desarrollo de los niños.
También las políticas de gubernamentales y comunitarias de salud pueden abordar o exacerbar las desigualdades. Como ejemplo, pueden citarse las recientes medidas de la autoridad sanitaria argentina que implementan nuevas tecnologías como el WhatsApp para conseguir un turno médico, o solicitar recetas, que expulsan del sistema a aquellos que, por razón de edad, son analfabetos digitales.
Finalmente, investigadores japoneses dieron a conocer un estudio basado en la razón de ser de cada uno. Su resultado fue que las personas que tienen un propósito claro en la vida, a menudo relacionado con la comunidad y las relaciones sociales, tienen una mayor longevidad.
La conclusión de este artículo, es que cuando hablamos de salud, debemos siempre incluir los aspectos sociales de cada individuo.
Ilustración: Matías Roffe