Venimos experimentando el modo en que las tecnologías digitales se fueron incorporando a nuestra actividad diaria, trascendiendo el ámbito laboral para instalarse en la ciencia, la medicina, el ocio, la educación, etc. Hoy nos vinculamos a través de todo el mundo de manera intuitiva; la información y la comunicación son mucho más fluidas, y su ausencia sería inimaginable en nuestro presente.
El avance de la robótica y la IA nos plantea una nueva revolución mucho más profunda que las anteriores, donde nuestro compromiso con la inclusión no debe ser abstracto, dado que condenaríamos a futuras generaciones al analfabetismo tecnológico. Las empresas, el gobierno y las organizaciones de la economía social debemos involucrarnos en este proceso activamente; estamos hablando de que todos nuestros niños y jóvenes tengan las mismas posibilidades de desarrollo, lo que implica tener una sociedad más justa y ecuánime.
De acuerdo con un informe de la UNESCO, la innovación digital ha demostrado su capacidad para complementar, enriquecer y transformar la educación, y posee el potencial para acelerar el avance del Desarrollo Sostenible ODS 4, el cual busca garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todas las personas, como así también transformar el acceso universal al aprendizaje.
Hay una obsesión de los gobernantes por inaugurar escuelas que termina contrastando con la realidad: el edificio no garantiza la educación, lo hacen los métodos de enseñanza y los docentes. El aprendizaje a distancia es un salvavidas ante la disrupción. La inversión inteligente apunta a políticas digitales y escuelas abiertas online, como socios de la educación tradicional y la capacitación docente, para que profesionalmente puedan abordar este desafío. Según información del CIPPEC la natalidad en Argentina es de 1,36 hijos por mujer. No necesitamos más edificios, necesitamos ser más eficientes en las políticas públicas.
La brecha digital es la que separa a las personas que tienen acceso a Internet de quienes no la tienen. En el año 2000 había 413 millones de personas conectadas a Internet en el mundo; este número pasó a 3.400 millones en 2016 y a finales de 2020 alcanzó los 4.660 millones de personas. La evolución es evidente. Sin embargo, aún hay un 40 % de la humanidad sin acceso al mundo digital.
La Comisión Europea menciona que la inclusión digital consiste en que todas las personas puedan contribuir y beneficiarse de la economía y la sociedad digital. Esto supone trabajar para que las personas tengan acceso a la tecnología y promover la alfabetización digital. La barrera digital no solo divide a las personas con acceso a Internet de las que no. Hay otros obstáculos que impiden que sectores de la población se conviertan en ciudadanos digitales, como la edad, el género, la ubicación geográfica, el nivel socioeconómico o la cultura.
Hay mucho por trabajar en un país que espera que actuemos.