por Celia Gladys López*
Cuando hablamos de Mutualismo, muy pocas veces nos detenemos a recordar y analizar sus orígenes en Argentina. Salvo honrosas excepciones, sólo mencionamos fechas, algún que otro nombre ilustre, y pasamos a la actualidad sin más trámite. Pero la historia viva de esas instituciones, creadas al calor de las necesidades acuciantes de las comunidades migratorias afincadas en el país, está llena de emocionantes detalles, ejemplos de solidaridad que ya no se ven, luchas, sinsabores y, sobre todo, de modelos sociales a tener en cuenta.
Haremos aquí un breve recorrido histórico por uno de esos ejemplos: el Hospital y Farmacia Mutualista Noé Yarcho, en la localidad entrerriana de Villa Domínguez, en el corazón de las colonias judías llegadas a partir de 1894. Ese viaje al pasado nos ilustra detalladamente acerca de cómo se ingeniaron esos colonos para asegurar la asistencia sanitaria de aquellos sufridos grupos. “Mantener firme la mano y sereno el pulso para no torcer el rumbo” fue un concejo dado a los nóveles agricultores, que aplicaron también en las instituciones, cuya creación y continuidad estuvieron plagadas de inconvenientes.
La compañía colonizadora J.C.A. (Jewish Colonization Association) contrató al médico Noé Yarcho para la atención de los grupos de colonos en un precario galpón el Hospital. Allí, una enfermera y un ayudante trabajaban junto al doctor, que les pagó de su bolsillo. Hubo ahí un intento de crear una Sociedad Protectora y de Socorros Mutuos que no llegó a funcionar pero cuyo reglamento pasó a la Cooperativa Fondo Comunal (1904), siendo esta entidad la que tomó a su cargo la tarea mutualista, adoptando desde un principio esa estrategia.
Varios casos similares se registraron en diferentes lugares por la misma época. No se conocían muy bien en el país las diferencias entre cooperativismo y mutualismo. Será Isaac Kaplán, tiempo después de la muerte de Yarcho (31/7/1912), quien tomará la iniciativa de separar las funciones y darle a cada entidad su espacio y competencia.
En septiembre de 1914 los vecinos de Domínguez y las colonias circundantes decidieron que era hora de resolver el acuciante problema del Hospital y fundaron la que con el tiempo sería la Sociedad Sanitaria Israelita, bajo las siguientes pautas:
-Constituir una Sociedad por miembros que pagarán cuotas.
-Cada uno, sea o no colono, podrá inscribirse como miembro bajo las condiciones que la Comisión establezca.
-Las cuotas quedan fijadas en tres categorías que son:
-Comerciantes, maestros y Schojim: $5.-
– Colonos: $2,50.-
– Obreros: $2.-
– Todos mensuales.
Los pagos debían ser siempre por adelantado. Los hijos casados que vivían con sus padres se contaban como familias separadas y debían pagar sus cuotas aparte. Los que querían entrar de asociados debían pagar la primera cuota. La Comisión trataba de arreglar con un médico y farmacia que los miembros fueran atendidos en condiciones ventajosas, y aspiraba a restablecer la función del Hospital.
Luego se decidió publicar avisos en toda la Colonia Clara y se eligió al primer Directorio: S. Segal, Presidente; A. Kaplán, Secretario y J. Wexler, Cajero. En la segunda reunión se estipularon las obligaciones del médico, quien ya había mostrado un cerrado concepto antimutualista, creando grandes dificultades a la Comisión. En todos los casos, la prestación médica tenía las siguientes características:
-El médico debía atender en consultorio a los enfermos, quienes tenían que presentar un bono.
-Los miembros externos serían atendidos gratis en lo tocante a curaciones y operaciones.
-Las visitas a domicilio, por tratarse de una zona de campo, se harían a razón de dos pesos por cada una.
-El enfermo proveería los vendajes necesarios a sus curaciones.
-El boleto de entrada al consultorio se fijaba en cincuenta centavos.
-Las cuotas se contaban de 1° a 1° (sic) de cada mes.
-Si un nuevo asociado se presentaba ya enfermo, le correspondía pagar doble cuota el primer mes y adelantar los dos meses siguientes.
-Si un miembro de la Sociedad, al no haber pagado una cuota, solicitaba nueva inscripción, le correspondía abonar los meses que faltaban.
Teniendo en cuenta los inconvenientes con el médico, el primer servicio ofrecido fue el de Farmacia, a cargo del Sr. Tieffemberg, siguiendo similares pautas que las del médico. Para el 1° de diciembre de ese año (1914) se pudo iniciar el servicio médico y la Comisión se abocó a una ingente tarea: la del traspaso definitivo del Hospital y su Inventario.
Al analizar estos primeros pasos mutualistas, concretados en pleno campo, en un medio desconocedor tanto del cooperativismo como del mutualismo, y enfrentado la desconfianza natural de los futuros asociados, la falta de recursos y las escasas ayudas obtenidas, es admirable la visión de quienes asumieron la tarea y la prosiguieron con entusiasmo, sabiduría y fe. El Hospital Mutualista y su Farmacia fueron reconocidos profesionalmente como de excelencia en la provincia, tanto por la calidad de los profesionales contratados como por lo moderno y actualizado de su aparatología; fueron pioneros en tener un aparato de Rayos X, por ejemplo, y la comunidad toda contribuyó a ese prestigio demostrando que los principios mutualistas habían prendido fuerte en sus mentes. El progreso obtenido permitió agregar un nuevo pabellón a las instalaciones, inaugurado con gran pompa el 3 de febrero de 1929 y para el cual se obtuvieran importantísimas donaciones. Destacar esos logros realizados con enorme sacrificio en pos del bien común es revivir ejemplos que no deben quedar en el olvido.
* Profesora de Historia. Directora Académica del Instituto de Estudios del Pensamiento y la Acción Solidaria (IEPAS-CEHIR-CGCyM).