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Jorge Pedro Núñez
Jorge Pedro Núñez
Licenciado en Cooperativismo y Mutualismo (UNSE). Presidente del CGCyM (2018-2020). Conferencista, docente, investigador especialista en formulación de proyectos.

Hemos transcurrido una jornada eleccionaria muy particular, posiblemente la de mayor tensión en mucho tiempo. A diferencia de los resultados de las PASO, el candidato de mayor cantidad de votos en aquel momento pasó a ser segundo, incluso con una diferencia que lo tuvo al candidato ganador a tres puntos y medio de ganar en primera vuelta.

De todas las lecturas posibles sobre ese resultado, la que más nos interesa es la que nos demuestra que una proporción importante de la ciudadanía apuesta a una vida más estable y previsible, con armonía entre los distintos sectores que conforman este país, nuestro país.

Hacer esa apuesta en momentos de que no podemos hacer gala de estabilidad, previsibilidad, y otros factores como justicia, pobreza, inequidad, parece ser, a primera vista, contradictorio. Menos aún con el candidato más votado que es a la vez el ministro de economía de un país con una inflación interanual del orden del 130%, con un índice de pobreza del 40% y una situación inédita: la de trabajadores registrados que no cubren suficientemente la canasta familiar.

Esta realidad se contrapone a lo que finalmente parece ser percibido por parte de la ciudadanía: no hay recetas mágicas, mesías hubo uno solo (Papa Francisco dixit), medidas violentas provocarían reacciones impredecibles, y, lo que es más importante, las palabras huecas, ofensivas, grandilocuentes, generan más desconfianza que adhesión, y es bueno que así sea.

Lo curioso de este momento es que se exponen argumentos para aplicar medidas extremas en casi todos los ámbitos que interesan a la población, sin disimular los impactos; es como si le dijeran a un paciente con una herida en la pierna que, para evitar gastos innecesarios, lo mejor es cortarle la pierna, y no perder el tiempo (que también es dinero, dijo Benjamín Franklin) con investigar la causa del problema, ni invertir en una investigación para la cura.

Para las entidades sin fines de lucro, como para tantos otros entes, una política de esas características le echarían un manto de sombras sobre sus prédicas cotidianas, porque en su seno se practica la solidaridad versus el individualismo; la comprensión versus la intolerancia; y, por su esencia, la aplicación de los excedentes a los servicios que reciben sus miembros, versus la apropiación de la ganancia de unos pocos.

En lo último está la respuesta de las propuestas libertarias: no se trata de ahorrar recursos (la famosa cantinela del déficit fiscal), sino de canalizar la riqueza hacia sectores concentrados; incluso, enajenando el patrimonio nacional para que fondos especulativos internacionales se lo queden a precio vil.

Como me dijo un ser querido, las joyas de la abuela que vendió Menem son baratijas comparadas con las que ahora están en juego; entre las principales: el petróleo, el gas, el litio y, no olvidemos, las reservas acuíferas de agua dulce.

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