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Filosofía del dinero en tiempos de Bitcoin

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Gabriel Livov
Gabriel Livov
Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como docente de filosofía política de grado y posgrado en la UBA, la UNIPE, la UCA y la Universidad de San Andrés. Actualmente es Secretario Académico de la Maestría en Filosofía Política de la Universidad de Buenos Aires. Ha trabajado en capacitaciones y trayectos formativos en el sector público y privado. Fue becario doctoral del CONICET. Participó en numerosas reuniones científicas, congresos y proyectos de investigación financiados por la UBA y la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica Argentina. Publicó libros, capítulos de libros y artículos en su área de especialización e investigación, que coincide con la filosofía política (antigua, moderna y contemporánea).

No creo que volvamos a tener alguna vez una buena moneda antes de que saquemos el tema de manos del gobierno, es decir, no podemos arrancarlo de las manos del gobierno con violencia, todo lo que podemos hacer es introducir de alguna forma oblicua e indirecta algo que [los gobiernos] no puedan detener
F. Hayek [1]

“Filosofía” y “dinero” no son palabras que suelan asociarse dentro de nuestra percepción común de la realidad. La filosofía no tiene como fin principal hacer dinero. Las personas que se dedican a la filosofía no suelen estar entre las listas de millonarios y millonarias de la revista Forbes. Al relacionarnos con el dinero en nuestra vida cotidiana lo menos que hacemos es aplicar una reflexión fría y racional: cuando decidimos comprar o vender algo, cuando ponderamos un precio como caro o barato o cuando nos animamos a pedir un crédito para un auto o una casa, suele predominar en nosotros un tipo de pensamiento intuitivo y emocional. Sin embargo, el tema involucra una dimensión filosófica profunda y digna de ser explorada.

¿Qué es el dinero? Como le pasaba a San Agustín con el tiempo, sé perfectamente lo que es mientras nadie me lo pregunte. Pero desde el momento en que alguien me lo pregunta se acaban todas las certezas y se abre toda una zona de interrogantes e inquietudes que es el humus del que brota la reflexión filosófica. ¿Cuál es la esencia del dinero? ¿De qué está hecho? ¿De dónde procede su valor? Una de las identificaciones más comunes sobre las que se sustenta nuestra concepción corriente del mundo monetario (por lo menos desde la caída del patrón oro a fines del siglo pasado) es que el dinero equivale al papel moneda, el así llamado “dinero fiat” o dinero de curso legal. La superstición que sostiene esta identificación es que el valor del dinero procede de los actos de los gobiernos. Y, en todo caso, lo que sostiene este mito es la vigencia de un Estado sólido y eficiente que no se vea amenazado por una crisis económica seria. Cuando eso no sucede, como sabemos muy bien por estas latitudes, empiezan a aparecer preferencias por monedas emitidas por bancos centrales de otros países, soportes materiales alternativos para el dinero o incluso retrocesos hacia formas más primitivas de intercambio como el trueque. Pero incluso cuando existan Estados fuertes y economías sanas que puedan mantener un dinero de buena calidad hacia adentro de sus fronteras, diversos procesos de la globalización en curso apuntan hacia un movimiento de transnacionalización de los flujos financieros y de los intercambios dinerarios que parece ser irreversible.

Los procesos de globalización en curso apuntan hacia un movimiento de transnacionalización de los flujos financieros y de los intercambios dinerarios que parece ser irreversible

La aparición de las criptomonedas como bitcoin (y de la tecnología que las sustenta, conocida como cadena de bloques, blockhain) es un fenómeno característico de las sociedades globales del siglo XXI que se configura como índice y, a la vez, como factor de la irremediable pérdida de centralidad del dinero fiat y de la creciente obsolescencia del monopolio estatal de la emisión monetaria. Nacida de la revolución informática de las últimas décadas, la tecnología blockchain permite la creación descentralizada de unidades monetarias a través de una red de “mineros” digitales regulada por un algoritmo que determina la tasa de crecimiento de la base dineraria de manera independiente del control de cualquier Estado, banco o institución financiera. Estas monedas digitales garantizan un intercambio anónimo y transparente, rápido y simple, entre individuos de las más diversas regiones del planeta.

Las criptomonedas garantizan un intercambio anónimo y transparente, rápido y simple, entre individuos de las más diversas regiones del planeta

Si quisiéramos inscribir esta novedad dentro de ciertos conceptos políticos, deberíamos apuntar hacia una de las más fecundas tradiciones del pensamiento moderno y contemporáneo, el liberalismo. El célebre capítulo V del Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1692) de John Locke es la referencia obligada para tematizar el dinero más allá del Estado. Pero es la lectura de un breve escrito de F. Hayek de fines del siglo XX la que nos impacta por su claridad y profundidad, a la vez que por sus dimensiones cuasi proféticas: nos referimos a La desnacionalización del dinero (1976),[2] y creemos que un breve recorrido selectivo por sus páginas nos ayudará a comprender no sólo la innovación aportada por el dinero digital del siglo XXI sino también la pregunta filosófica por la esencia del dinero.

En esta obra Hayek aborda un tema que reconoce como inexplorado. Cuestionando la prerrogativa estatal en la producción de dinero, el pensador austríaco imagina un sistema monetario mundial en el cual la garantía de un dinero de buena calidad dependería de la libre competencia entre múltiples fuentes emisoras de moneda descentralizadas, entre las cuales la gente tendría la posibilidad de elegir. Nuestro autor reconoce que en su modelo “resultaría complicado fijar los tipos de cambio adecuados (sobre la base de los cotizados en el mercado entre distintas divisas), pero las computadoras ayudarían con su cálculo casi instantáneo” (p. 59). Así, deja volar su imaginación prefigurando un futuro que en su época parecía mucho más remoto que hoy en día:

Los comerciantes, mientras supieran que podían cambiar en todo momento cualquier clase de moneda por otra a un tipo conocido de cambio, no tendrían ningún inconveniente en aceptar monedas a un precio adecuado. Con toda seguridad, las cajas registradoras electrónicas evolucionarían no sólo para indicar el equivalente de cualquier precio en cualquier moneda que se pidiera, sino que también podrían estar conectadas a través de una computadora con los bancos para que se les pudiera abonar la cantidad en la moneda que utilizara la compañía habitualmente en su contabilidad.
(p. 67)

Al día de hoy, las criptodivisas no han logrado una adopción tal que sea posible considerarlas como alternativas al dinero fiat a la hora de realizar las transacciones dinerarias cotidianas de la población (y parece ser aún lejana hoy la posibilidad de que ello ocurra, al menos en el corto plazo). Como medida de compra venta de bienes y servicios, las monedas digitales cuentan con un bajo nivel de aceptación entre el público en general y están sometidas un nivel de volatilidad que las torna inseguras en tanto reserva de valor donde resguardar los ahorros a corto y mediano plazo y en tanto unidad de cuenta para contraer créditos y pagar deudas. Así, no parecerían poder cumplir plenamente, al menos todavía, con las principales funciones del dinero. Sin embargo, nos interesa subrayar en este punto que su instalación en el mercado sigue los lineamientos del modelo hayekiano en la medida en que cumplen la función de ser vehículos de intercambio al margen del dinero de curso legal, compiten entre sí por hacer los intercambios más rápidos y eficientes, dependen de la libre elección de los usuarios y sus cotizaciones y variaciones en el flujo de dinero disponible se conducen de manera independiente de cualquier decisión estatal en política monetaria. En ese sentido la generalización del fenómeno en cuestión sigue la tendencia de fondo marcada por el filósofo austríaco referente a que la emisión de dinero dejaría de ser monopolio de la autoridad estatal.[3] Así, a la hora de diseñar una moneda digital independiente de los Estados, Satoshi Nakamoto (o el equipo de programadores nucleados en torno de este pseudónimo) inventó una tecnología esencialmente liberal que tiene las potencialidades de cumplir con muchas de las profecías de Hayek.

Las criptomonedas son vehículos de intercambio al margen del dinero de curso legal, permiten intercambios más rápidos y eficientes, dependen de la libre elección de los usuarios y están al margen de cualquier decisión estatal en política monetaria

Ante la inevitable proliferación de actividades especulativas en torno de las monedas virtuales, una objeción que gana peso en nuestros días tiende a comparar el crecimiento exponencial de bitcoin y las altcoins con ciertas burbujas de la historia de los sistemas financieros como los tulipanes en la Holanda del siglo XVII. Así se cuestiona el dinero digital bajo la acusación de que su valor no se sustenta en nada “real”. Ahora bien, lo que esta acusación no estaría teniendo en cuenta es que básicamente ninguna forma dineraria se sustenta en nada real y que esto es cierto no sólo de bitcoin, sino de cualquier forma de dinero en general. El dinero no equivale a sustancia “real” alguna, no vale por tener tal o cual cosa de soporte ni por satisfacer una necesidad básica. No tiene materia, es una entidad puramente imaginaria y su modo de existencia se resuelve en una insustancialidad constitutiva.

El dinero no tiene materia, es una entidad puramente imaginaria constituida por la insustancialidad

Hayek nos llama a no sucumbir ante las sugestiones de las palabras y así nos alerta contra la tiranía de la gramática, que ha tipificado en forma de sustantivo algo que debería ser usado en todo caso siempre como un adjetivo

No hay distinción clara entre dinero y no-dinero. […] Aunque habitualmente supongamos que existe una línea determinada para distinguir lo que es dinero de lo que no lo es —y la ley generalmente intenta hacer tal distinción, en lo que se refiere a los efectos causales de los eventos monetarios no se aprecia una diferencia clara. Nos encontramos más bien con una continuidad en la que objetos con distintos grados de liquidez, o cuyos valores fluctúan independientemente de los demás, se confunden unos con otros en la medida en que funcionan como dinero. Siempre me ha parecido útil explicar a los estudiantes el inconveniente de tener que denominar al dinero con un sustantivo y que sería de gran ayuda para la explicación de los fenómenos monetarios si “dinero” fuera un adjetivo que describiera una propiedad que poseen las cosas en distinto grado.
(p. 55)

Locke tenía muy claro esto cuando escribió que “el oro, la plata y los diamantes son objetos que tienen un valor de fantasía y convencional, el cual no es producto de su utilidad real ni de su necesidad como medios de subsistencia”.[4] Dinero puede ser cualquier cosa, con tal de que los seres humanos se pongan de acuerdo en su adopción. Cuando el arroz o la sal son investidos de función dineraria por el acuerdo de los seres humanos dejan entonces de ser alimentos y se convierten en vehículos de intercambio.

Dinero puede ser cualquier cosa mientras los seres humanos se pongan de acuerdo en su adopción: está hecho de consentimiento

El dinero no depende de su soporte material y no está hecho de nada que tenga una utilidad real para la conservación de la vida. Está hecho de consentimiento. Su naturaleza es una convención humana. Como explica Hayek, “para ser calificado como dinero, el único requisito que tiene que cumplir un objeto es ser generalmente aceptado como medio de cambio, aunque tal medio generalmente adquirirá las otras funciones de unidad contable, depósito de valor y patrón de pagos aplazados” (p. 54). Dinero es todo aquello que los seres humanos se pongan de acuerdo en utilizar como dinero.

Sólo el tiempo resolverá la pregunta de si las criptodivisas son activos en proceso de monetización o son sólo tulipanes en medio de una fiebre especulativa. Mientras tanto, estos asuntos son dignos de una consideración filosófica no exenta de grandes beneficios en el plano de la comprensión de una dimensión fundamental de las economías del siglo XXI. El carácter inmaterial de bitcoin nos ilumina sobre el carácter inmaterial de todo dinero, y su aparición apunta claramente hacia un rasgo de la economía mundial que parece haber llegado para quedarse, y que por lo tanto bien vale la pena la búsqueda de herramientas aptas para conceptualizarlo:

En cuanto uno se libera de la creencia universal aunque tácitamente aceptada de que el gobierno debe proporcionar al país una moneda específica y exclusiva, surgen todo tipo de temas interesantes que hasta ahora no se habían planteado. […] No es demasiado pronto para comenzar el debate.
(p. 12)

Bibliografía

  • F. Hayek, La desnacionalización del dinero, trad. C. Liaño, Barcelona, Folio, 1996 (2º edición 1978).
  • J. Locke, Segundo ensayo sobre el gobierno civil § 46 (trad. C. Amor y P. Stafforini, Bernal, Quilmes Prometeo, 2005)
  • D. Sanz Bas, “Hayek and the cryptocurrency revolution”, en Iberian Journal of the History of Economic Thought 7(1), pp. 15-28.
  • S. Ammous, The bitcoin standard, New Jersey, John Wiley & Sons, 2018.

[1] Entrevista entre Hayek y James Blanchard, Universidad de Friburgo (1984). [https://www.youtube.com/watch?v=EYhEDxFwFRU]

[2] F. Hayek, La desnacionalización del dinero, trad. C. Liaño, Barcelona, Folio, 1996 (2º edición 1978).

[3] “El sistema de los bancos centrales, que hace tan sólo 50 años se consideraba la culminación de la sabiduría financiera, se ha desacreditado. Esto se confirma por cuanto, con el abandono del patrón oro y los tipos de cambio fijos, los bancos centrales adquirieron mayores poderes discrecionales que cuando actuaban en base a reglas firmes. Y ello es cierto tanto en los países cuya meta es un grado razonable de estabilidad como en los abrumados por la inflación” (p. 102)

[4] Segundo ensayo sobre el gobierno civil § 46 (trad. C. Amor y P. Stafforini, Bernal, Quilmes-Prometeo, 2005).


Ilustración: Matías Roffé

2 Comentarios

  1. Que raro, pero a la vez que bueno!!! que se citen a autores clásicos del liberalismo en el ámbito de la economía social. Gracias por la sorpresa.

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