Por José Rodríguez
Uno de los libros de Gabriel García Márquez es El amor en los tiempos del cólera. En esta obra relata cómo el amor traspasa el tiempo y luego de casi sesenta años se concreta a bordo de un barco en el que el protagonista, Florentino Ariza hace izar la bandera amarilla que señala que algún tripulante tiene cólera para no ser molestado en su romance con Fermina Daza, su eterna enamorada.
Esta hermosa novela, de perseverante amor a través del tiempo y numerosos acontecimientos políticos, sociales, bélicos y costumbristas, me vino a la memoria cuando me pregunté ¿por qué nos demoramos tanto en tomar resoluciones en nuestra vida personal y cuando dirigimos alguna institución privada u oficina gubernamental?
Lo que ocurre es que los humanos “muy humanos” tenemos una tendencia innata hacia el menor esfuerzo y entonces posponemos actividades que sabemos son necesarias para mejorar situaciones laborales, requerimientos familiares o satisfacciones personales y, en vez de resolver el problema, posponemos su solución sin pensar que quizás esa demora puede agravar la contingencia que se nos presenta.
En las entidades solidarias no debería haber demora en la toma de decisiones porque sus asociados, cuando decidieron incorporarse a ellas, lo hicieron para encontrar soluciones y no trabas.
Muchas personas nunca tienen tiempo. No es que estén sumamente ocupadas. Simplemente se abruman ante el desafío de tomar una resolución. A nivel personal, ese comportamiento es perjudicial porque provoca un malestar constante en el irresoluto y perjudica sus relaciones con su familia y amistades. Pero cuando son los directivos de una organización, los diputados, jueces y miembros del Poder Ejecutivo los que posponen soluciones que reclaman los asociados de la entidad o los ciudadanos de una nación, los perjuicios son difíciles de cuantificar, y es más fácil detectar el mal humor de los que esperan acciones concretas.
En las entidades solidarias no debería haber demora en la toma de decisiones porque sus asociados, cuando decidieron incorporarse a ellas, lo hicieron para encontrar soluciones y no trabas, y su descontento se expresa en la baja participación en las asambleas, en la poca utilización de los servicios y, lo que es peor, en la desilusión del sistema al cual se encuentran adheridos.
Las demoras injustificadas en atender un teléfono, en dar un turno médico, en otorgar una ayuda económica, en extender una orden de turismo, en acordar una cita con un funcionario o directivo, atentan contra la buena calidad del servicio que se debe brindar a los asociados que son la razón de ser de la organización solidaria, mutual, cooperativa, obra social sindical o club deportivo.
Para quien tiene un problema el tiempo que se demora en resolverlo puede ser vital y cada minuto de espera genera insatisfacción y angustia.
Cuando los directivos de las mutuales, por ejemplo, detectan un problema y no buscan rápidamente su solución, perjudican a sus asociados y a las entidades, las cuales irán perdiendo miembros y no serán atractivas a las nuevas generaciones.
Los dirigentes sociales, políticos o económicos que utilizan el tiempo como un factor de poder para doblegar la voluntad de las personas muestran insensibilidad y desprecio hacia sus asociados, representados o clientes. Esto que señalamos puede ser antagónico con el tipo de vida que llevamos actualmente, donde la inmediatez en todo es lo dominante gracias a los sistemas de comunicación telefónica, las autopistas, el avión a reacción y el tren de alta velocidad en los países más o menos desarrollados.
Cuando los directivos de las mutuales, por ejemplo, detectan un problema y no buscan rápidamente su solución, perjudican a sus asociados y a las entidades, las cuales irán perdiendo miembros y no serán atractivas a las nuevas generaciones. Esto puede deberse a que, quizás, los servicios que prestan no interesan al público de hoy, que puede tener necesidades muy distintas a las que tuvieron los fundadores de la organización.
Pero en las organizaciones suele haber demoras en asuntos simples, prácticamente rutinarios, como tener la contabilidad al día, escribir las actas de comisión directiva o de las asambleas en sus libros respectivos, redactar el reglamento del nuevo servicio, o modificar el estatuto para adecuarlo a los requerimientos sociales de la actualidad, entre otras cuestiones que hacen a la buena administración.
Los problemas no resueltos se acumulan en nuestra mente y son como una pesada mochila que cargamos sin saber qué cosa llevamos en ella. Ese cúmulo de temas pendientes nos perturba y nos impide analizar y comprender el presente para proyectarnos hacia el futuro, y ello da como resultado lo que se conoce como estancación. Las empresas y naciones que se estancan, primero pierden protagonismo y poco tiempo después desaparecen.
Florentino Ariza y Fermina Daza consumaron su amor luego de sesenta años y para aprovechar el tiempo perdido fabularon una cuarentena simulada. Pero ya no son los mismos de cuando eran veinteañeros. El tiempo se llevó la juventud y fomentó el empecinamiento en ambos.
El tiempo pasa y no retrocede. Al reloj le podemos quitar la batería para detener su marcha y al calendario podemos no renovarlo, pero el sol de hoy no es el mismo de ayer ni será el mismo de mañana.
Mario Conde, apremiado por el cura para que vuelva a cumplir sus deberes como católico, pregunta:
– ¿En qué quedamos? ¿El tiempo del Señor es infinito o no?
– El del Señor sí, el tuyo no. Y el mío tampoco.(*)
Referencias:
Gabriel García Márquez fue un escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura 1982. Sus principales obras fueron Cien años de Soledad, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba y El amor en los tiempos del cólera.
(*) Leonardo Padura: La neblina del ayer; Maxi Tusquets; Buenos Aires; 2018; pág. 62.