Se cuenta que el trueque, como modo de intercambio de bienes y servicios entre las personas, tiene una antigüedad de 10.000 años. Todo comenzó en el neolítico, cuando se inició la agricultura y la ganadería, que produjeron excedentes; y como no todos se dedicaban a estas actividades, sino a la producción de otros bienes, naturalmente comenzó el intercambio. Por ejemplo, de alimentos por cerámicas.
Una condición básica para que se produzca el trueque es que se establezca entre ambas partes una valoración subjetiva, de modo que cada uno estipula un “precio” que considera apropiado para sus bienes, para obtener de la otra parte la cantidad de bienes que pretende. Si se ponen de acuerdo, habrá trueque; de lo contrario, la transacción quedará sin efecto.
La práctica no es sencilla, ya que deben coincidir oferta y demanda simultáneamente: trueque de zapatos por pan, por caso. Además, está la cuestión de la mencionada valoración subjetiva, ya que quien dispone de los zapatos y quien dispone de los panes deben ponerse de acuerdo en la cantidad.
Esta modalidad de intercambio de bienes era frecuente en la antigüedad, pero se fue reemplazando por un elemento introducido por quienes detentaban el poder en sus respectivas regiones: la moneda metálica; esta, generalmente de oro o plata, o una mezcla de ambos, presentaba dos condiciones especiales: su escasez, que la hacía valiosa, y su incorruptibilidad.
El surgimiento de los estados nacionales permitió que la emisión de moneda fuera patrimonio exclusivo de ellos, y permitió que bienes y servicios se valorizaran en referencia a la moneda, de manera que se simplificó el proceso de intercambio. La paulatina complejidad de la producción de bienes y servicios dio paso a la división del trabajo, mediante la cual las personas se fueron especializando en tareas específicas.
Y así hasta la emisión del papel moneda, con hegemonía absoluta del Estado, quien regulaba y respaldaba la circulación de los billetes. En algunos casos el respaldo estaba representado por lingotes de oro, cuyo valor equivalía (al menos teóricamente) a la moneda circulante.
El país rector en esta materia era Estados Unidos, que mantenía este régimen desde el Acuerdo de Bretton Woods en 1944 con países desarrollados, que pusieron como condición para que las divisas internacionales estuvieran vinculadas al dólar, un tipo de cambio fijo respecto del oro. Este patrón oro se mantuvo hasta 1971, cuando el presidente Nixon, aconsejado por Milton Friedman, dispuso el fin de la convertibilidad, exponiendo al mundo que la garantía de la divisa era, suficientemente, el respaldo que ofrecía el gobierno de Estados Unidos.
En cualquier caso, la tenencia de dinero fiduciario representa el grado de riqueza que ostenta una persona humana o una persona de existencia ideal, que obtiene lícitamente por sus actividades (excluyendo el dinero que podría obtener por actividades ilegales). En la sociedad comparten el mismo territorio quienes tienen excedentes respecto de sus necesidades, sean básicas o suntuosas, y quienes son impelidos a consumir íntegramente los recursos que obtienen regular o irregularmente para su subsistencia.
Y hay, en la actualidad de nuestro país, un sector que no tiene ingresos suficientes para la subsistencia: el de quienes no tienen trabajo y de los que tienen ingresos insuficientes para cubrir las necesidades básicas de su grupo familiar.
A este sector no le queda otra alternativa que no sea la de comercializar lo que pueda: artículos domésticos, comidas preparadas, canje de oficios, etc. Así es como se produce el retorno del trueque, en reemplazo del uso del dinero, que es casi inexistente, porque las mínimas cantidades disponibles deben reservarse para pagos que inevitablemente deben efectuarse con dinero: servicios públicos, tarjeta SUBE, compra de insumos para producción doméstica, etc.
Hay quienes defienden al trueque como una forma más de la comercialización. Sin embargo, son más las voces que admiten que estas prácticas están asociadas con el aumento de la pobreza, como una salida desesperada para la obtención de bienes esenciales.
Llegados a este punto, no puede negarse la evidencia de que los espacios de trueque -unos 254 en la Provincia de Buenos Aires según la organización Barrios de Pie- proliferan en situación de crisis económica profunda, tal como sucedió en 2001, y que vuelven con fuerza en la actualidad.
Frente a esta realidad, surge una inquietud: ¿no sería razonable pensar en formas asociativas para paliar las necesidades? Y es aquí donde la mutualidad tiene un espacio de innegable importancia y potencialidad. La acción recíproca, la ayuda mutua, la solidaridad entre los miembros, la participación democrática, ¿acaso no son valores que deberían incorporarse a estas experiencias informales, en las que se mantiene la individualidad por encima de las prácticas colectivas?
El trueque pudo haber tenido importancia en algún momento de la humanidad, pero en pleno siglo XXI, no parece ser la mejor solución. Aparece como un fenómeno en épocas de crisis, y luego, si las condiciones mejoran, disminuye significativamente. Muy diferente a las mutuales, que son tan antiguas como esa práctica, pero que siempre están y estarán vigentes.